Sujetando mis entrañas con las manos
observo que mi vida atardece en el
ocaso.
¿Por qué cuestionarse que uno es
humano
si mis aletargadas piernas no pueden
dar un solo paso?
Si quemo la vida con una llama de
distinto color
tendré que aprender a andar con el pie
cambiado
y recoger las cenizas que se han vuelto
dolor
para poder dejar con ellas mi
testamento firmado.
Testamento que nunca llegare a escribir
pues en mi sangre circulan demasiados
pecados,
de aquellos errores que jamás podré
redimir
quedarán mis sombríos recuerdos
prendados.
Pero alguien tendrá que heredar
el miedo que navega en mis entrañas,
y extrañar lo entrañable que era
hablar contigo,
cuando todavía no tenía los ojos
rojos.
Retozando en las marismas del veneno,
mitigando aquel dolor hasta ser
impasible
sin la suficiente conciencia para otear
el terreno
la imprudencia me llevó a elegir el
camino mas terrible.
Quiero poder despegar y acabar por
disfrazar lo peligroso,
quiero quedarme cerca del lugar donde
deje perdidos mis ojos
pero mis ojos no se cierran, no se
quieren cerrar
y mis ganas de querer ser alguien bueno
no me dejan despertar.
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